30 de marzo de 2011

ELOGIO DE LA INQUIETUD. Primera parte.




Todos sabemos que el ser humano no se conforma con sobrevivir. Aunque nadie nos ha prometido nada, mientras vivimos esperamos. Nacemos con fecha de caducidad y, sin embargo, sentimos un inextirpable anhelo de eternidad, que se pone de manifiesto en las más genuinas experiencias humanas: el conocimiento de la verdad, el ejercicio libre del bien, el disfrute de la belleza y la entrega generosa a los que amamos.

Esta nostalgia no es más que el deseo de una vida plena, feliz, realizada. No tengáis miedo de este deseo. No lo evitéis. No os desaniméis a la vista de las casas que se han desplomado, de los deseos que no se han realizado, de las nostalgias que se han disipado.

¿Quién soy? ¿Qué quiero llegar a ser y qué me cabe esperar? Nadie puede vivir en plenitud sin plantearse y responder a estas preguntas y al deseo del que emergen.

Somos seres paradójicos: frágiles y poderosos a un tiempo, capaces de descubrir la verdad más compleja e incurrir en el error más flagrante, de obrar el acto más heroico y el más perverso, de los mayores éxitos y de los más estrepitosos fracasos, de inmensos sufrimientos y de enormes alegrías, del amor más sublime y del desamor más turbador… Somos paradójicos, en fin, por lo limitado que poseemos y lo ilimitado a lo que aspiramos.

Nuestro deseo de felicidad, no es precisamente ni un deseo ni una felicidad cualesquiera.

El hombre no puede dar la espalda a estas preguntas y al deseo que las arraiga en nosotros. Incluso si pudiéramos, intuimos que no debemos hacerlo si es verdad que nos aceptamos como somos, si queremos ser fieles a nosotros mismos.

Se podría decir incluso que, con anterioridad a la distinción entre creyentes y no creyentes, habríamos de distinguir entre buscadores y no buscadores. “El creyente que se resiste a examinar los fundamentos de su creencia –diría Unamuno- es un hombre que vive en insinceridad y en mentira. El hombre que no quiere pensar en ciertos problemas eternos, es un embustero y nada más que un embustero. Y así suele ir tanto en los individuos como en los pueblos la superficialidad unida a la insinceridad”.

Nota: Este artículo no es mío (pero ¿a que mola?). Si quieres el texto completo envíame un mail.